Con esta frase el poeta Paul Valery se dirigía a la Academia Francesa expresando el malestar psicológico que traía aparejado la sustitución de un mundo predecible por una realidad dinámica e impredecible que los envolvía en la incertidumbre.
En estos cuatro meses de la pandemia se ha visto de todo. Desde muestras de una resiliencia increíble y voces sensatas hasta conductas y afirmaciones que dejan anonadado: un grupo de civiles con armas de guerra toman durante unos minutos la gobernación de Michigan para que se levante la cuarentena, varias torres de telecomunicaciones son quemadas en Canadá, Inglaterra, Francia e Italia para evitar que el coronavirus se transmita o porque el 5G debilita el sistema inmunitario, y el inefable Mr. Trump que luego de que 100 de sus seguidores se inyectaran desinfectante intravenoso para prevenir el COVID-19 señaló que su recomendación había sido una muestra de sarcasmo.
¿Cómo entender estas actitudes? “Hay solo dos cosas infinitas”, dijo Einstein, “el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.
Es verdad que uno se ve tentado a ponerse a leer ¿La estupidez? Veintiocho siglos hablando de ella, de Lucien Jerphagnon o el brillante Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam para poder ponerse a tono.
Entonces, ¿estamos ante los Cartógrafos de la Sociedad de la Tierra Plana? Cuando Donna León acuñó esta frase mordaz tuvo la visión de distinguir los dos grupos, las pobres marionetas y los siempre ocultos titiriteros.
En un contexto amplio marionetas somos todos, porque no compartimos las mismas experiencias amenazantes, en forma variable nos dejamos en las manos de nuestras intuiciones y prejuicios y, confesémoslo, no nos gusta tanto que el azar se mezcle en nuestro destino. ¿Qué burrero no tuvo un pálpito, qué apostador no identifica un orden lógico en la secuencia de la ruleta? ¿Quién no “compró” alguna propuesta de un plan articulado para un fin secreto?
¿Las muertes de Marilyn Monroe, Robert Kennedy, Luther King Jr, o los films JFK o el “villano” Salieri en Amadeus?
En tiempos de profunda incertidumbre, pérdida de guía, inseguridad y desconfianza es habitual que la sociedad responda con teorías conspirativas, porque de alguna manera brindan orden, identifican culpables (que obviamente nunca somos nosotros), y nos hacen sentirnos mucho más cerca de quienes conforman nuestros grupos sociales.
Demás está decir que las conspiraciones existen, y que en el mundo de la salud se han vendido tranvías carísimos.
No obstante, creo que en estos momentos lo que más nos perjudica no es todo lo que desconocemos del nuevo coronavirus, sino los verdaderos “cartógrafos” de nuestros mapas del miedo. Inculcar en gente asustada la falsa oposición entre salud y economía es de una maldad infinita.
Mercado o vida no es el tema en juego.
Todo gobernante sabe que los grandes temas nacionales mantienen una interrelación dinámica de tal complejidad que muchas veces es imposible predecir el impacto que tendrá el cambio de uno de ellos sobre el resto. Aunque es comprensible que cada gobernante quiera curarse en salud no es lo mismo que sostener que cuando Poincaré dijo que “el azar no es más que la medida de la ignorancia del hombre”, solo estaba jugando a las frases célebres.
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