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  • Foto del escritorAlvaro Díaz

Resurge la poesía en medio de las calamidades y las dudas como un oasis en el desierto


La responsabilidad de los gobernantes es asfixiante a la hora de escuchar las contradictorias y desconcertantes proyecciones futuras de la epidemia, realizadas sobre la base de modelos matemáticos. Deciden medidas de altísimo impacto sobre la base de cálculos de estimaciones de riesgo sobre tragedias económicas y sanitarias, que le ocurrirán a un magma humano movedizo que añade al problema sus propios movimientos y actitudes impredecibles.


El trabajo más importante que analiza las posibilidades de evolución de la pandemia fue realizado por un grupo importante de investigadores del Imperial College de Londres en el Reino Unido, lo que obligó a un cambio del rumbo del gobierno de Boris Johnson que a partir de entonces determinó la cuarentena obligatoria. Los trabajos que estiman lo que ocurriría presentan escenarios muy distintos que en última instancia muestran la complejidad de los fenómenos sociales. Si bien lo primero fue predecir la evolución bajo distintas medidas de control, ahora se intenta predecir todavía con mayores dificultades, cuándo y cómo levantar las mismas, así como determinar las variables necesarias para calcular el impacto del aislamiento sobre el bienestar de las personas y la salud mental, y las posibilidades de desobediencia al mismo, lo que ya está ocurriendo en muchas partes del mundo.


Algunos proponen la necesidad de crear ahora y para el futuro, centros de pronóstico epidemiológico en similitud a lo que ocurre con el pronóstico meteorológico, para ayudar a los gobernantes en la toma de decisiones, no solo en tiempos de epidemia como el actual sino para que también actúen en tiempos de paz sanitaria, para advertir de los peligros y adelantarse a la propagación de agentes infecciosos como el COVID 19, así como para una evaluación continua de los distintos fenómenos que rodean a una epidemia. De hecho ya existen aunque ocultos en la parafernalia de los organismos encargados de la salud de un país.


El autor polaco Stanislao Lem de Ciencia Ficción, filósofo y médico, integrante de la resistencia polaca durante el nazismo, en su novela Solaris critica a la capacidad de la ciencia para predecir el futuro de los que sucede en el espacio estelar como nos ocurre ahora con el Covid 19. La verdad, si bien se afirma en el pasado, en el futuro se radica las posibilidades de confirmación de las teorías científicas. Según Lem se tiende a imaginar lo que sucederá proyectando el pasado en línea recta, cuando en realidad, la historia zigzaguea en forma imprevisible, pero gracias a los aciertos se pueden probar nuestras suposiciones.


Frente al COVID 19 todos buscamos en la Ciencia una explicación como antes se buscaba en los cielos y las epidemias se explicaban por la “influencia” de las estrellas (de donde proviene el nombre la gripe: “influenza”). A lo largo de casi toda la historia humana, solo se podía esperar lo que lo sobrenatural dispusiera sobre los humanos. Pero a diferencia de lo que ocurría hace un par de siglos atrás en donde el mundo avanzaba a tientas, ahora estamos acostumbrados a que la ciencia a través de la tecnología nos ilumine un futuro y nos proteja con éxito de las calamidades oscuras. Sin embargo, los estadísticos y matemáticos discuten cuál será el mejor modelo para predecir lo que ocurrirá con la pandemia, sin que se puedan ponerse de acuerdo, porque además en este futuro intervienen los comportamientos de los seres humanos y decisiones políticas globales. El mundo no cabe en una probeta de laboratorio y los gobernantes no saben que camino tomar y dan marchas y contramarchas.


La Ciencia y su inseparable Tecnología superaron en el pasado grandes dificultades y nos prometieron en líneas generales un futuro sin mayores preocupaciones; pero hoy ante la pandemia se desnudó su soberbia y nos dicen “no tengo nada para ofrecer y no sé lo que va a pasar” lo que en última instancia nos enfrenta dramáticamente a nuestra finitud.

Nos aflora entonces de las profundidades de nuestras conciencias algo que habíamos dejado de lado: somos inevitablemente mortales. Se nos imponen entonces pensamientos tales como pequeños sacrificios para que el Mal no caiga sobre nosotros a igual que le ocurría al hombre de las antiguas tribus, que ofrecían a los Dioses sus alimentos e incluso a sus mejores hombres, como los aztecas, que extirpaban el corazón latiendo y lo elevaban al cielo, ante las calamidades. El pensamiento mágico se nos impone al decir de Freud, como al paciente obsesivo: “Si hago tal cosa probablemente no sobrevendrá lo malo”. Las obsesiones están muy cerca de la magia y como veremos de la poesía.


Son formas innatas de buscar abrigo ante una calamidad imposible de detener.


La Naturaleza con sus fuerzas tan imponentes como un tsunami o un terremoto, o un huracán, así como con algo tan insignificante e invisible como un virus, nos muestra que estamos sometidos a su poder. Inconscientemente le atribuimos una voluntad de castigarnos; pero es una fuerza sorda, ciega, muda, sin sentimientos y sin intenciones, ni buenas ni malas; simplemente es así. No tiene alma para poder cambiar su curso con nuestras ofrendas. Solo nos queda nuestra imaginación, nuestra inteligencia y nuestra capacidad para trabajar entre todos para poder superar la amenaza.


Para los creyentes de distintas religiones estas elucubraciones marchan por otros caminos, porque encuentran explicación en una voluntad sobrenatural, y esperan que se escuchen sus rezos; no es mi caso.


Sea en el caso de los creyentes o de los que dudan o de los que no creen, esta situación particular de aislamiento y temor en la que estamos prácticamente todos los habitantes del planeta, nos impulsa a pensar y sentir de manera distinta a la que estábamos acostumbrados y reaparecen las artes y la filosofía, la poesía, las religiones y la magia. El mayor consumo de los productos culturales masivos que vienen enlatados no impide que esto suceda; por el contrario los encontramos todavía más superfluos.

La rueda de prensa diaria de la Comisión Europea culminó con esperanzadores versos de Antonio Machado. Por las redes circulan canciones y poemas anónimos. La poesía, la literatura en general, la música, nos reavivan una capacidad de análisis de la realidad y de reencuentro con otros seres que son como un oasis en el desierto.


Surgieron iniciativas como PoesíaEnTuSofá para llevar la poesía a través de los celulares "de sofá en sofá y combatir esta cuarentena a ritmo de verso" o "Que lo único viral en tu casa sea la poesía".


Un poema que la maestra jubilada estadounidenses Kitty O’Meara publicó en su blog con el título “Y la gente se quedó en casa” recorrió el mundo traduciéndose a varios idiomas: “Y la gente se quedó en casa. Y leía libros y escuchaba. Y descansaba y hacía ejercicio. Y creaba arte y jugaba. Y aprendía nuevas formas de ser, de estar quieto. Y se detenía. Y escuchaba más profundamente. Algunos meditaban. Algunos rezaban. Algunos bailaban. Algunos hallaron sus sombras. Y la gente empezó a pensar de forma diferente. Y la gente sanó. Y, en ausencia de personas que viven en la ignorancia y el peligro, sin sentido y sin corazón, la Tierra comenzó a sanar. Y cuando pasó el peligro, y la gente se unió de nuevo, lamentaron sus pérdidas, tomaron nuevas decisiones, soñaron nuevas imágenes, crearon nuevas formas de vivir y curaron la Tierra por completo, tal y como ellos habían sido curados»


El teléfono descompuesto en las que se han convertido las redes divulgó erróneamente el poema como escrito en 1800 durante una epidemia de Peste, pero no por ello perdió su encanto que se apreció en varios idiomas en todo el mundo.


Hagamos una rápida recorrida por escritores de lengua hispana para conocer lo que significa la poesía en tiempos de crisis. La sabiduría de Cervantes le hace decir a Sancho hace más de 400 años: “El año que es abundante en Poesía, suele serlo de Hambre mi Señor”. Y es verdad pero no solo el hambre despierta la poesía sino en general casi todos los sufrimientos. “Poesía necesaria como el pan de cada día” dice Celaya.


Pablo García Baena, poeta muy galardonado en España su país natal, dijo ya hace unos años que “La poesía es el antídoto contra la soledad y la pasividad frente a las dificultades que aparecen en estos tiempos de crisis”. Por su parte el poeta Antonio Gamoneda, resistente antifranquista y premio Cervantes 2006, escribió algo similar: “La poesía no es una salvación pero lo parece, en el sentido de que aunque no pueda modificar las circunstancias objetivas de ese sufrimiento, de esa situación, la subjetividad del poeta y del lector puede crear una liberación o un consuelo al colocarlo en el orden de la experiencia poética”.


Dice la uruguaya Ida Vitale, Premio Cervantes 2018, al fin de un poema llamado Residua, en donde resume nuestras cavilaciones sobre la vida que nos toca vivir diciendo “De la memoria sólo sube un vago polvo y un perfume. ¿Acaso sea la poesía?” Es que la poesía es eso, es un misterioso extracto del sufrimiento y del goce, de las experiencias más importantes por las que atravesamos, sintetizado en palabras. Otro poeta Blas de Otero dice que aunque se pierda todo “me queda la palabra”. En la palabra y sus resonancias poéticas nos encontrarnos con los demás para abandonar la soledad.


El sentimiento que surge ante la desgracia es también de compasión y de solidaridad, como escribe el magnífico poeta peruano Cesar Vallejo que culmina su poema “El pan nuestro” con los versos siguientes:

“Y en esta hora fría, en que la tierra trasciende a polvo humano y es tan triste, quisiera yo tocar todas las puertas, y suplicar a no sé quién, perdón, y hacerle pedacitos de pan fresco aquí, en el horno de mi corazón...!”


Amanda Berenguer por su lado le escribe al sol del poniente con fuerza esperanzadora:

“soporto la sombra el engaño las pesadillas los murciélagos el soplo negro que llega del mar porque sé que renace usted sin escrúpulo mañana al amanecer.”



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