Reflexiones sobre el final de la vida
Los problemas relacionados con el principio y el fin de la vida y las reflexiones, actitudes, comportamientos y normativas que se elaboran sobre ellos inquietan, interesan, angustian, crean controversia y muchas veces son tomados por grupos ideológicos, religiosos, políticos o filosóficos como banderas radicales de lucha. Pasa igual que con todo aquello que importa sobremanera a los humanos, que está profundamente unido a la afectividad y a los impulsos primarios, pero que en gran parte permanece en la incertidumbre (y quizá permanecerá así) para el entendimiento de la especie.
Son asuntos que, a pesar de las dificultades que presentan, de las pasiones, angustias, controversias e inquietudes que causan, deben ser considerados con la mayor serenidad, objetividad y tolerancia posible, entre varios y no en solitario. Generalmente no son asuntos para los cuales existe una regla de oro que diga sí o no a las diversas posturas y comportamientos que tienen respecto a ellos diferente personas, grupos humanos en general y aun pensadores y filósofos.
Quizá todas las personas, pero más aquellos que estamos implicados en la consideración y convivencia obligatoria frecuente con estos asuntos (como somos los médicos y estudiantes de medicina, psicólogos, enfermeras y todo el personal de salud) estamos obligados a informarnos pensarlos, discutirlos entre varios especialistas (médicos, filósofos, psicólogos, antropólogos, legistas) y apelando a nuestra razón, nuestra afectividad y nuestra experiencia llegar a posturas de consenso.
No a posturas que obliguen a todos a hacer lo mismo, sino que permitan actuar según la moral de cada uno o de cada grupo, siempre que esta moral no indique menoscabar el bien del otro. El método del consenso (o de algún grado de consenso) se aplica a los asuntos que importan y en que no hay una regla de oro para decidir aceptada por todos o demostrada.
Valor de la vida y el derecho de cada uno sobre el propio cuerpo
Existe universalmente la consideración de que la vida es el bien más preciado que tenemos. Esto está formalmente asentado en la Declaración de los Derechos Humanos y en las constituciones de muchos países.
La vida es un derecho fundamental universal que debe ser favorecido, protegido y generar la búsqueda de su plenitud. Por eso, se alude a los derechos fundamentales de los hombres que son básicos para encaminarla a ser plena: alimentación, vivienda, trabajo, libertad y también vivienda y salud.
La dignidad humana consiste en el respeto y fomento en cada persona de la vida y de las libertades básicas y la obtienen todos los humanos por el hecho de nacer humanos. Pero hay otras dos cosas que son fundamentales en una discusión sobre el vivir y el morir sus modos, sus procesos y sus decisiones.
La vida es un derecho, pero no es una obligación
Nadie está obligado a mantenerse vivo de cualquier forma, en cualquier situación y aun cuando esa vida le ocasiona sufrimientos intensos, permanentes e irreversibles y duraderos. En otras palabras, cada uno usa ese derecho hasta que quiere usarlo, porque es un individuo (persona) libre.
Evidentemente que la inmensa mayoría de los humanos en casi todas las situaciones (buenas y malas) queremos vivir, pero hay que admitir que hay situaciones en que el sujeto humano —persona libre— puede querer dejar de vivir. Quiere dejar de vivir porque en esa instancia para él no vivir vale más que vivir. O sea que su bien, o lo más adecuado para su bien y dignidad, es el fin de su propia vida.
La vida de cada uno le pertenece a sí mismo y no a otro. No pertenece a la familia, al Estado o a la comunidad. Para algunos creyentes pertenece a la divinidad, pero existe una buena proporción de la humanidad que es no creyente. Y grupos de creyentes y no creyentes se distribuyen en casi todos los países de Occidente al menos. Tomando todo el género humano, hay que considerar posibilidades para todos.
Cada uno es el dueño de su propia vida, de su propio cuerpo vivo.
Por tanto pensamos que, si estamos ante un ser humano perfectamente en sus cabales, sin que nadie lo presione, sin que pueda encontrar solución alguna para una situación de sufrimiento terrible para sí mismo (juzgada así por sí mismo) y que es permanente e irreversible, este sujeto humano puede elegir dejar de vivir.
Es importante señalar las condiciones para poder tomar esta decisión. Cuando decimos “perfectamente en sus cabales” estamos señalando que se trata de un individuo autónomo, capaz y libre. Por otra parte, la situación de sufrimiento debe haber sido tratada, debe haber recibido ayuda como paciente, como ser humano que sufre. Si no fuera así, la opción de terminar la vida no sería completamente libre ni autónoma, puesto que estaría bajo la presión heterónoma del sufrimiento insostenible. Este es un problema ético de difícil respuesta.
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